Luz en Hipocratia Pintura Emma Cano
Jueves, 06 de Marzo de 2014
IttaMagazine
Con sus luces y sus sombras, con todos los matices que fuera capaz de captar. Ha sido fácil
encontrar inspiración, pues la vida, puertas adentro de un hospital, rebosa humanidad.
Para empezar, el ir «disfrazada» de personal sanitario para pasar desapercibida me
ha hecho sentir que la gente me trataba desde un respeto y una confianza nuevos para mí.
La distancia se acorta a la hora de hablar de intimidades. Las poses se pierden. En
un hospital los hombres son esencialmente lo que son. La confianza adquiere un sentido
absoluto. Los pacientes saben y sienten que el único motivo de que estés a su lado es que
les vas a ayudar. Esa tremenda entrega me creaba, de alguna manera, la obligación de
implicarme en las miserias de otros. Y de paso, a veces fugazmente, también en sus alegrías.
He sido parte a la vez que observadora de una encrucijada de vidas que coinciden
en un punto presente, intenso. Me he sentido envuelta en un torbellino de emociones,
contagiada por los sentimientos de los demás, impregnada por sus lágrimas y enternecida
por sus anhelos
Médicos, enfermeras, acostumbrados a tocar la miseria del hombre, se pasean
dando recetas, consejos, derrochando ternura y comprensión. Son capaces de combinar
esa suerte de amor que profesan a la humanidad, con una especie de distancia que les
protege del contagio del dolor de otros. Con todo, se angustian, sufren, se encariñan con
los pacientes, con los que a veces establecen una verdadera relación de amistad.
La enfermedad nos hace más conscientes de que la vida es tan maravillosa como frágil.
Enfrentarse a esa fragilidad nos ayuda a continuar. Vivimos con la muerte echándonos
vaho en la nuca. Disfrutemos mientras podamos. No hay una segunda oportunidad. Estos
meses he aprendido que es inútil esconderse del dolor y la muerte como si fueran ajenos a
nosotros, y no parte de nuestra esencia como seres humanos.
He agrupado los cuadros del catálogo en cuatro bloques temáticos, cada uno definido
por la palabra que mejor concentra lo que más me ha impresionado a lo largo de este año:
Entrega, Espera, Rutina, Vida.
Como en un juego ilimitado, releo esta elección de palabras y me evoca otra, igualmente
válida e intensa para describir lo que he sentido: amor, incertidumbre, esperanza,
trabajo
Combínense como se desee. Lo único que espero es haber podido transmitir con
mi pintura una ínfima parte de la brutalidad, el amor y la humanidad que se me regaló al
hacer este trabajo.
Espera
El tiempo en suspenso.
Horas que ya no son horas, sólo eternidad o apremio.
Días que pierden su identidad en una sucesión de esperas encadenadas.
Esperar el diagnóstico, al médico, a las enfermeras.
Esperar una voz, unos labios fruncidos en la frente, un pulgar señalando al cielo,
una carcajada que resuene cerca, el sueño
Esperar la sanación, el quirófano.
Esperar la muerte.
O el sol, una vez más.
Ya no hay días ni noches, sólo esperas amontonadas.
El goteo del suero mide el tiempo en una nueva dimensión.
Paciencia y soledad.
Incertidumbre y esperanza.
La vida en suspenso.
ENTREGA
La vida en tus manos.
Un enfermo se desnuda ante un extraño. No se resigna aún, la esperanza le vence por ahora.
No siente pudor.
Escalofríos, sempiterna incertidumbre.
Se deja observar, se deja tocar, se estremece.
Y la enfermera ilumina con su sonrisa las sombras del dolor.
La completa desnudez.
La ternura, el amor a otros.
El enfermo sostiene su esperanza con las manos, en un cofre de plata y esmeraldas.
La entrega absoluta. Su tesoro más amado.
El cirujano lo llena con toda su voluntad, con su sudor, con sus manos dadoras de existencia.
Es el ángel custodio de su sangre y de sus entrañas.
Revuelve en su interior, corta, explora, persigue el mal, decide en segundos.
Responsabilidad extrema. Entrega total.
La vida en sus manos.
Rutina
Mi tiempo es el tuyo.
Rutina.
Nueva cada día, en cada enfermo renovada.
Trabajo meticuloso. Cansancio. Agotamiento.
El engranaje del hospital funcionando como un sistema ordenado, previsible.
La vida imprevisible.
Cada mañana una sonrisa cálida, luminosa. Unas manos diligentes y hábiles que manejan
el ánimo de los débiles, que controlan su dolor.
Dejarse llevar por ese fluir de actuaciones rutinarias en el deambular de enfermeras,
auxiliares y médicos.
Se pasean entre penalidades, trabajando concienzudos, con precisión milimétrica,
dispensando ternura y eficacia.
El paciente ya sabe interpretar el color de sus voces. Y se dice a sí mismo que todo va bien,
que el doctor hoy sonaba a hierba caliente junto a un mar en calma.
Se abandona en sus manos, resignado a toda suerte de suplicios con la esperanza de
recuperar la salud.
El deseo de vivir
Sabedor de la fragilidad de ese regalo maravilloso llamado vida.
Y el gotero comienza una vez más a medir el tiempo.
Mi tiempo, que aquí es el tuyo, el vuestro.
Se suceden los soles y las lunas. Y de vez en cuando el mundo se detiene en una
habitación.
Emma Cano